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                   FISH 
                    Teatro Coliseo, Ciudad de Buenos Aires 
                    Sábado 20 de octubre de 2001  
                    escribe 
                    Uri Lecziky, Mellotronweb.com.ar 
                  Que 
                    la vez pasada salió todo mal. Qué va a tomar 
                    mucho antes del show y todo va a salir mal otra vez. Que ya 
                    no tiene voz. Que si llega tarde qué pasa. Que traicionó 
                    al progresivo con su rock desgarrador. Que todo tiempo pasado 
                    fue mejor. 
                  Cual 
                    aquelarre de señoras en batón barriendo la vereda, 
                    la previa de la más reciente visita de Fish a la ciudad 
                    de Buenos Aires fue un coctel de advertencias, dudas y malos 
                    presagios.  
                  Pero 
                    parafraseando a Mister Ed (el caballo parlante de la tele), 
                    pescados con voz, no hay dos, no hay dos. Y Fish llegó 
                    temprano, subió sobrio al escenario (después 
                    se tomaría un par de botellas de vino en plena performance) 
                    y colmó de música el inigualable teatro Coliseo 
                    del centro porteño. 
                  ¿Se 
                    le puede perdonar a Fish que ya no llegue a los registros 
                    altos? No. Por el contrario, se le DEBE perdonar. Justamente 
                    porque a este multifascético artista escocés 
                    se le debe mucho. Se le debe nada menos que uno de los mejores 
                    segmentos de la nueva historia del rock sinfónico, 
                    cuando a principios de los 80, mientras las masas veneraban 
                    a The Police y pedían la cabeza del rock sinfónico, 
                    él le cantaba al llanto del bufón mientras lo 
                    acusaban de clon de Gabriel. 
                  Se 
                    le debe que mientras el círculo progresivo lo acusaba 
                    de abandonar -esta vez a principios de los noventa- el barco 
                    de Marillion, el ahora pelado cantante se propuso (y dispuso) 
                    producir una serie de discos solistas peleándose con 
                    sellos, productoras, fantasmas, tragedias personales y malos 
                    presagios. "Cuando los periodistas me preguntan en qué 
                    me inspiré para tal o cual canción, les digo 
                    ¡fuck off!, mi mujer me dejó por un alemán, 
                    perdí mi casa, estoy casi quebrado...¿no les 
                    parece que tengo bastante sobre lo que escribir", grafícó 
                    sobre el escenario del Coliseo como para que no queden dudas 
                    de lo cómodo que se siente en la piel del artista mártir 
                    que utiliza su sufrimiento como insumo para el arte. De hecho, 
                    el momento más logrado, la explosión de intensidad 
                    que conmovió el ambiente, llegó con un tema 
                    dedicado a su ex mujer ("je, je", agregó 
                    cuando lo presentaba), incluido en su nuevo disco: Fellini 
                    days. 
                  Fish 
                    cantó a Fish, cantó a Marillion y habló 
                    con la gente. Quizás pueda criticársele cierta 
                    insistencia en la utilización del recurso que gobierna 
                    sus discos más recientes: el colchón instrumental 
                    exageradamente alto para no dejar de ser en ningún 
                    momento una aplanadora musical, aún a veces en detrimento 
                    del lucimiento de su propia voz. En ese contexto, el trabajo 
                    de sus músicos fue impecable y la banda exudó 
                    poder durante dos horas. 
                  Para 
                    los fanáticos, "the perception of Johnny Punter", 
                    "Vigil in the wilderness of mirror", "The Company" 
                    y otras exquisiteces de su etapa solista. Para los nostálgicos 
                    más FM, "Kayleigh", "Lavender" 
                    y para los incondicionales de los primeros tiempos, "Fugazi", 
                    "White feather", "Assassing" y hasta "Marquet 
                    Square Heroes". Lo de Fellini Days es sencillamente excelente. 
                    Con lo difícil que resulta a veces equiparar el valor 
                    asignable a los clásicos con el que uno puede brindarle 
                    a un nuevo tema de un disco que apenas conoce (o que aún 
                    no escuchó), la presentación de Fellini Days 
                    fue contundente y Fish ("I´m from Scotland, and 
                    they call me Fish") dejó claro que en escencia 
                    y más allá de batallas estilísticas, 
                    es un rocker de la más pura cepa. 
                  Fish 
                    se sentó en el borde del escenario, se comunicó 
                    con la gente ("no soy el careta de Jon Bon Jovi que dice 
                    ¡los amo Buenos Aires! y se arregla el pelito, yo estoy 
                    a gusto de verdad") durante toda la noche y luchó 
                    contra su cansada garganta para dejar todo lo que trajo y 
                    no guardarse nada. "Quédense tranquilos que voy 
                    a volver", advirtió ya sobre el cierre. Le pidió 
                    un cigarrillo a un espectador de la primera fila y tomó 
                    vino del pico mientras hablaba con la gente durante largos 
                    minutos. Ok, quizás no sea original y unos días 
                    antes haya hecho lo mismo en Brasil (de hecho lo hizo), pero...¿who 
                    the hell gives a fuck, eh Derek? 
                  Y 
                    los que estábamos allí no dejábamos de 
                    promerterle dos cosas: que allí estaremos la próxima 
                    vez, para devolverle una mínima parte de todo lo que 
                    nos brindó durante los últimos casi 20 años, 
                    y que aunque se esfuerce y no llegue a los registros que él 
                    mismo se exige como si aún fuera el gordito de pelo 
                    largo que seguía el ritmo golpeándose la panza 
                    al frente de Marillion, no podemos perdonárselo, sino 
                    que debemos hacerlo. 
                  Cuando 
                    este cronista dejó el Coliseo, sintió que escribir 
                    una crónica de esta ofrenda hecha por Fish a su público, 
                    sería una falta de respeto, dijera lo que dijera. Quizás 
                    el arte esté para ser vivido, para ser llorado y para 
                    ser amado. Quizás sea la mosca en la sopa que todos 
                    necesitamos para no morirnos de mediocridad. La basurita en 
                    el ojo, la molestia del pobre Johnny Punter en la guerra yugoslava. 
                    Quizás, en lugar de seguir hablando, lo mejor sea salvar 
                    este documento y correr a escuchar un buen disco de Fish. 
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