veces, comenzar a escribir sobre un disco no es difícil, pero sí lo es encontrar cierto “hilo” conductor con el que uno se sienta cómodo. Lo primero que se me viene a la cabeza es que Steven Wilson, creador de Porcupine Tree hace más de 30 años, algunas veces suele ser su peor enemigo al abrir la boca. Los memoriosos recordarán sus declaraciones cuando su nombre comenzó a ser conocido por estos pagos gracias a su asociación con Fish, el ex-vocalista de Marillion (que dió como resultado el jugado y experimental Sunsets on Empire). En ellas, Wilson despreciaba siempre que podía al rock progresivo diciendo cuánto le disgustaba la etiqueta. Ciertamente Porcupine Tree era otra cosa, pero ese cóctel tenía mucho del género que tanto quería obviar. Los años pasaron y ya sabemos cuánto lo abrazó -no sólo ya en lo musical sino también de cara a los medios- en su carrera solista. 
Lo segundo, es que hasta hace unos pocos meses el cuco pasó a ser, durante 10 años, su “ex” banda. Estaba acabada, “cero chances”, etc. En ambos casos, el objetivo de esta negación por parte de Wilson era que quienes fueran sus interlocutores o sus fans, se concentraran en otra cosa que no fueran las preguntas usuales y esperadas. Si el resultado fue exitoso o dispar queda a criterio de cada uno, pero muchas veces, esto no le hizo mucho favor al compositor inglés.

Llegamos a 2020, la pandemia del Covid 19, y a las pérdidas humanas y planes truncados. En el caso de Wilson, esto le reportó un lanzamiento muy por lo bajo de lo esperado de su último disco solista (The Future Bites), donde además había un cambio en su sonido, mucho más electrónico y casi sin guitarras presentes. Para agravar la situación, al igual que le sucedió a muchos otros artistas, tuvo una gira mundial truncada y sin posibilidades de ser realizada. Esto le dió una enorme cantidad de tiempo para explorar nuevas aventuras (que serán editadas en 2023 bajo el nombre de The Harmony Codex) y para finalizar algo que, desconocido para todos, llevaba varios años de idas y vueltas: el “nuevo” disco de Porcupine Tree.

Gavin Harrison (baterista de Porcupine Tree desde In Absentia) y Steven Wilson (en bajo) venían desde hace 10 años haciendo cosas juntos. De la misma forma, Richard Barbieri le enviaba ideas y bocetos a Wilson con la esperanza de que alguno le gustara y sirviera de disparador para cosas nuevas. La “historia secreta” revela que mientras estos encuentros esporádicos sucedían, en paralelo a la carrera solista del líder, sus compañeros de banda eran los primeros sorprendidos por sus declaraciones, teniendo que limar algunas asperezas en el proceso que derivó en el actual regreso. Una baja -se supone que por incompatibilidades personales y musicales- es el bajista Colin Edwin, presente en la banda desde 1993 hasta 2010. Que el germen de muchos de los temas haya sido el dueto Harrison en batería y Wilson en bajo, dió también como consecuencia que estilísticamente el enfoque fuera totalmente diferente, lo que hubiera hecho contraproducente la presencia del anterior bajista.

Así, el disco está formado por canciones que tuvieron su origen hace 10 años, como “Harridan” y “Chimera’s Wreck”, algunas de hace unos 6 años cuando Barbieri se sumó aportando segmentos que formarían parte de “Dignity” y “Walk the Plank”, y otras ya de trabajo concreto en formato trío como “Herd Culling”. Además, si tomamos en cuenta que es un álbum donde los tres músicos trabajaron grupalmente en base a lo que ya tenían, agregándole jams o zapadas al proceso de composición, tenemos otro rasgo que diferencia a Closure/Continuation de anteriores discos de la banda donde Wilson siempre aparecía con los demos de las canciones que luego eran trabajadas por el resto. Esto da como resultado un disco de sonido que puede definirse no como una continuación directa de The Incident de 2010 sino que tiene una impronta más atemporal, pero donde uno puede reconocer no sólo el ADN del Porcupine Tree de la época de Lightbulb Sun o Fear of a Blank Planet sino también de trabajos solistas de Wilson como Storm Corrosion, “Hand. Cannot. Erase, The Raven that Refused to Sing o Grace for Drowning.

Por otro lado, si bien estilísticamente hay mucho reconocible en todas las canciones que componen el disco como los juegos de voces, el trabajo de Harrison en batería, las capas y los sonidos de Barbieri, hay tres diferencias notables: un trabajo muy delicado de guitarras acústicas y de eléctricas "limpias" donde -salvo algunas excepciones- no hay mucho lugar para ese sonido metalero presente en los discos de la banda desde In Absentia en adelante. En segundo lugar, me parece que este es un Porcupine Tree donde lo "técnico" está más expuesto porque los bajos de Wilson son más deudores de Chris Squire que los de Edwin, que tenían un estilo totalmente opuesto, cercano al gran Mick Karn. Así la base rítmica se complementa de una forma totalmente distinta, más lejos del metal progresivo de este siglo y más cerca del rock progresivo de los 70s. Para redondear, desde la producción, se le da mucho más espacio a los instrumentos y en general, no suena todo tan “monolítico” como en los últimos discos de la banda, lo que le da un perfíl mucho más clásico y atemporal a las canciones, más en la línea sonora de temas como “Sound of Muzak”, “Flicker”, “Buying New Soul”  o incluso “Prodigal” pero con menos distorsión encima. Incluso en “Rats Return”, que podría incluirse sin que quedara descolgado en The Incident o Fear..., todo “respira” un poco más, la excepción a esto es “Herd Culling”, que quizá sea el tema más flojo del disco.

Otra sensación que me queda luego de escucharlo varias veces, y pensando en “Herd…”, es que el disco no es original. Esto va a contramano del afán de Wilson por cambiar el enfoque disco a disco -aunque si pensamos que como solista su disco anterior fue The Future Bites no se puede decir que sean iguales-. Sin embargo, Closure/Continuation es un disco que funciona. Creo que tampoco era la idea hacer un disco que rompiera barreras o fuera de vanguardia, aunque es un desafío interesante para sus seguidores más metaleros que buscan un sonido más “abrasivo”. Salvo algunas uniones entre secciones -como en “Harridan”- donde se nota un poquito el copiar y pegar al mejor estilo de algunos temas de Marillion,el nuevo disco de la banda es un esfuerzo sólido con muy buenas canciones que seguramente sonarán increíbles en vivo.

En cuanto a las letras, si bien no hay un “tema” que una a todas las canciones hay una sensación para mí inequívoca que quizá sea producto del contexto pandémico: el peso y el paso del tiempo. En el disco, el tiempo parece ordenar y regir los destinos de los protagonistas de las canciones y los cambios entre décadas y/o etapas, sea para afrontar consecuencias o negarlo todo, mirando al pasado y hacia el futuro. 

Como siempre con cada nuevo disco de Wilson, hay diferentes ediciones. Más allá del excesivo precio de la edición “deluxe”, si es que uno quiere tener en formato físico los 3 bonus track, es elogiable -desde el punto de vista de quien no la va a comprar, claro-, que la banda haya puesto a disposición de los fans en los servicios de streaming los temas que no están en la edición común y son muy buenas canciones.

El regreso de Porcupine Tree es uno de esos para ponerse contento y, a diferencia de muchos “retornos legendarios”, viene de la mano de un muy buen disco. Uno escucha canciones como “Dignity” (una mezcla perfecta de Pearl Jam, Pink Floyd y Porcupine Tree) o “Chimera’s Wreck” (un hijo perdido entre “The Watchmaker” y “Drag Ropes”) y no puede menos que sacarse el sombrero y aplaudir de pie. Si pensamos en el disco como un cierre, es un cálido abrazo que reconforta. Si algún día llegara a ser una continuación, ojalá que puedan permitirse -y permitirnos- navegar caminos desconocidos.



Artículo de Pablo Buján ©
Fotos por Alex Lake / Two Short Days

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